El chico del guion
Publicado inicialmente en la Antología “Psycho” en el año 2014.
Sinopsis
Ella Gilsig es una escritora de guiones que aún no se da a
conocer, debido a que perdió su primer guion hace un año en situaciones
absurdas y extrañas. Sin embargo, intenta escribir un nuevo guion en un
ambiente tranquilo, cotidiano y aburrido, que se ve alterado por la extraña
visita de un chico que asegura tener relación con un personaje de su primer
guion…
Spiel mit
mir
Spiel… ein Spiel mit
mir. Gib… mir deine Hand und… Spiel mit mir, ein Spiel. Spiel mit mir, ein
Spiel. Spiel mit mir, weil wir alleine sind. Spiel mit mir, ein Spiel.
Vater Mutter Kind.
Juega… un juego conmigo. Dame tu mano y… Juega conmigo, un juego. Juega
conmigo, un juego. Juega conmigo, porque estamos solos. Juega conmigo, un
juego. Padre, madre, niño.
Canción de Rammstein.
I
Suelta una de las bolsas sobre el suelo lleno de nieve. Saca
un cigarrillo y lo enciende; mira sus manos. Está temblando un poco, todo ese
maldito sistema la pone mal. Siente el humo en su boca, lo deja un rato,
absorbiéndolo hasta soltarlo lentamente en el frío aire de Terranova. Puede que
le destruya los pulmones, pero oh, Santo Cielo, cómo la tranquiliza.
Y ella necesita tranquilizarse. Hace un frío de los cojones
que le daña el humor. Es decir, le gusta el frío, pero ya había decidido que
ese día hacía más de lo normal. Es el mes de marzo, se le congelan hasta los
pezones, pero hace menos frío que en el mes de enero, aun así es una porquería.
¿Por qué exactamente? La maldita ducha eléctrica se había dañado. Y el único
técnico disponible iría mañana en la tarde.
Es como para patear el culo congelado de alguien. Del
técnico, por ejemplo.
Todo no puede ser sencillo para todos. Y alguien debe sufrir
ante la sencillez; tal vez así, los demás se sienten reconfortados.
Alza la vista en el momento en el que pasa una pareja,
parece notar que el hombre la mira. Cuando entran en el súper mercado sacude
levemente la cabeza. Imaginaciones suyas.
¿Hace cuánto no coquetea con un hombre? Más o menos desde
que había terminado con su novio hacía un año, con el que llevaba, por cierto,
cuatro años cuando terminaron.
Ese maldito infeliz.
Dejarme por semejante estupidez. Seguro que tenía otra.
Y hay que sumarle a eso su aspecto. Lleva unos vaqueros
viejos y degastados, una trenza hecha como por una persona con Parkinson, cero maquillaje
y unas ojeras que le llegan hasta los talones, esos talones llenos de callos
más unas uñas con esmalte ya descascarado.
Deja el cigarrillo a la mitad, lo tira a un lado, suelta el
humo de la última calada y toma de nuevo la bolsa. Al abrir la puerta del auto pisa
el cigarro, tira las dos bolsas en el asiento de copiloto y se arrastra hasta
su asiento.
Conducir también la tranquiliza, además de que es una
ventaja para no saludar a nadie más mientras hace las compras. Un par de veces,
para evitar salir pidió domicilio, pero fue una completa mierda. Le enviaban el
producto que no era, o de otra marca o simplemente no lo enviaban.
Así que cansada, retomó la rutina que había perdido cuando
se fue a vivir con su ex. Le tomó algo de valor y ánimos volver a ella, no es
como si la extrañara tampoco. Entre menos pudiera tratar a alguien, mejor.
Cuando llega a casa desempaca las compras. Diez latas de
atún, cinco de sardinas, tres litros de gaseosa, tres tarros de café, cuatro
paquetes de salchicha… pareciera que comprara mucho para una persona que vive
sola. Y no, no lo hacía porque aún creyera que vivía con su novio. No estaba
tan friki, era solo para evitar salidas continuas al supermercado.
Aplasta un filtro de cigarro en el cenicero, luego coloca su
dedo pulgar junto a sus fosas nasales y huele. Canela. Muerte.
Suspira con cansancio, sin quitar la mirada del ordenador;
todo un día y apenas dos páginas, de las cuales media de ellas apenas la
convence.
Debería tomar el maldito guion del que apenas lleva quince
páginas y tirarlo a la basura. Luego echarle un poco de combustible, encender
una cerilla y tirarla sin remordimientos.
Debería entregar el otro guion, eso haría que su ex
escupiera bilis, tan solo tendría que robárselo.
Antes de que sus pensamientos la cubran en la oscuridad,
suena el teléfono.
Y sabe quién es, porque si no era para venderle algún
servicio, solo podría ser una persona.
―Hola, papá.
―Ella, ¿por qué nunca regresas mis llamadas?
―Porque solo hablamos para una cosa.
Del otro lado se oye un suspiro.
―Sabes que eso no es cierto. Tu empeño a veces puede ser
contraproducente ¿sabes?
―¿Empeño, papá? Si tuviera empeño no me llamarías cuatro veces
a la semana por la misma maldita razón.
―Cuida tus palabras.
―Tengo veinticinco años.
―Y yo pago tus facturas.
―Oh, por Dios, ¿no puede haber un día en que no me lo eches
en cara?
―Yo no…
―¿Sabes qué? Conseguiré un trabajo y no tendrás que llamarme
más.
Cuelga con un estruendo, mira el teléfono con curiosidad,
esperando no haberlo roto.
Vuelve a sonar, toma un nuevo cigarrillo, no lo enciende.
Contesta.
―Lo siento.
―Está bien. ―Juega con el cigarrillo de los dedos de su mano
izquierda―. Sabemos que no me adapto bien en los trabajos. Prometo tener el guion
listo para este mes, y entonces… será tan bueno que me pagarán un buen dinero y
no tendrás que preocuparte por mí.
Su voz suena contristada, realmente conmovida. Su padre
suspira por segunda vez.
―Confío en ti, pequeña. No te llamo para presionarte, solo
para saber cómo vas.
―Bien. Hoy avancé mucho. ―Mira las dos páginas escritas―.
Realmente empiezan a fluir las ideas ¿sabes? Son como disparos en mi cabeza.
Su padre la felicita; sabe que el dinero es lo de menos. Él
gana mucho y de forma sencilla. Pone su cara ante una estúpida cámara y le
pagan. Incluso si fuera su trasero lo que apareciera ante cámara le pagarían
más. Pero ya es un hombre de edad, su temporada de galán ha pasado hace mucho,
ahora le pegan papales de viejo gruñón, loco, antipático por la humanidad,
solitario. Así, como su hija de veinticinco.
Tal vez debió seguir los pasos de su padre. Algunos hijos de
los amigos de él lo hicieron, y no les va nada mal. Tienen novias famosas,
prostitutas, drogas y automóviles último modelo.
Terminan la llamada entre falsas emociones por el avance en
su escritura. Ella cuelga, se acerca de nuevo al ordenador, selecciona las dos
páginas y luego les da suprimir.
Enciende el cigarrillo.
Sirve dos tazas de café, deja una sobre la mesa y toma
asiento en el lado opuesto de la misma. Se siente ridículamente cansada, durmió
toda la noche pero se siente como si apenas hubiera dormido unas pocas horas.
Esa maldita preocupación por el maldito guion.
Danilo, el técnico, se ha compadecido de ella y ha decidido
ir en la mañana, aunque claro, sabe que deberá pagarle un poco más de lo
acordado anteriormente.
Aparece por la puerta, sonríe, tiene alrededor de treinta
años, de cabello negro y ojos grises. Guapo. Aunque la barriga que se ha ganado
con el pasar de los años no le favorece, pero en una ciudad donde andas con
hasta tres mudas de ropa encima no es que se note mucho después de todo.
―Está arreglado ―informa.
Ella le señala con los ojos la otra taza de café que está
sobre la mesa. El técnico, sin dejar de sonreír, se quita los guantes y pone
sus manos alrededor de la misma, como calentándose.
Calentándose, piensa
Ella y de pronto, lo que se llamaría
un mal pensamiento la invade. Cruza las piernas y finge tomar el café,
asustada.
Necesito un novio, o
un gigolo en el peor de los casos, maldita sea. Mira a Danilo, esperando
que no sepa leer pensamientos, o que su conducta no sea demasiado legible.
―¿Seguro que no volverá a dañarse? ―pregunta, más que para
saber (cosa que desde luego sí le interesa), es más para llenar el vacío en la
habitación.
―Seguro. ―Él pone la taza sobre la mesa, y se queda ahí,
mirándola, como esperando.
Ella lo mira, él la mira. Entonces, Ella espabila, saca el
dinero del bolsillo de su suéter y se lo tiende.
―Con gusto, Ella ―dice, toma las herramientas y sale de
casa.
Por supuesto, la vida
real no es como las películas porno, piensa mientras toma las tazas y las
pone bajo el grifo de agua.
Camina hasta el baño, dispuesta a “estrenar” su ducha
eléctrica. Se desnuda y se contempla frente al espejo del baño.
¿Si la viera su ex se arrepentiría por algún minuto el
haberla dejado? ¿O bueno, cualquier hombre?
Antes de que pueda seguir debatiéndose entre preguntas que
no desea contestar, suena el timbre.
Ese debe ser Danilo,
dispuesto a hacerme el amor salvajemente, piensa con una amarga ironía
mientras se acomoda la bata de baño de color blanco porque odia el rosa.
Camina con parsimonia hacia la puerta, preguntándose si le
ha dado mal el dinero.
Abre la puerta y su cara de desconcierto no puede ser mayor.
No se trata de Danilo; es un joven.
―¿Traes pizza? ―pregunta, sosteniendo la puerta para que
solo pueda verse su rostro.
―¿Qué? ―responde él, alzando las cejas en total asombro.
―Nada ―Qué inocente
debe ser―. ¿Qué quieres?
Baja los ojos hasta el piso. Incómodo.
¿Acaba de entender el
patético chiste de la pizza?, se pregunta Ella.
―¿Y bien? ―pregunta a cambio.
Él alza la vista. Tiene unos hermosos ojos azules ¿podría
Ella dejar de fijarse en los ojos de los hombres?
Debería hacer como las
demás mujeres y mirarle la entre pierna, abochornada por su pensamiento,
frunce el ceño para aparentar seriedad. Él lo interpreta como presión de su
pregunta y abre la boca.
―Necesito hablar con usted, de algo muy serio que no puedo decirle
aquí… en su pórtico.
Frunce aún más el ceño. Mira sus manos, ve que lleva una
carpeta.
―¿Qué es eso? ―dice señalándola con un movimiento de cabeza.
―Es sobre lo que quiero hablar.
―¿No traes armas? ―Seguro
que ya me dirá que sí.
―No.
Bueno, si muero hoy
apuñalada en bata de baño por un lindo chico de ojos azules será la mayor
emoción que pueda tener mi vida.
Lo deja pasar.
―Estaba a punto de darme una ducha. ―Se hace a un lado para
dejarlo pasar, cierra la puerta y le señala con un brazo la ubicación de la
cocina―. Puedes pensar que irradias en mí una inesperada confianza o que tengo
en mi baño un rifle escondido que suelo usar para casos de emergencia. ―Él
camina despacio, Ella se imagina su mirada de asombro―. En cualquier caso, hay
café preparado; puedes robar el televisor en mi cuarto o esperarme aquí, no hay
muchas cosas de valor.
Él se sienta en la mesa, parece ahora más incómodo. Deja la
carpeta sobre la mesa y mira a su alrededor; curioso.
―Pensé que había otra razón.
Ella se muerde un labio.
―¿Otra razón para qué? ―pregunta.
Tal vez debería
preguntarme a mí misma qué demonios hago dejando pasar un desconocido a mí
casa.
―Para dejarme pasar. ―Señala la carpeta―. Que tiene
curiosidad por lo que tengo que decirle.
Ella lo medita un rato, se despega de la puerta y camina
hacia el baño.
Ignora la maldita razón por la que lo dejó pasar. Sin
embargo, se pregunta acerca de cómo es que ella lo tutea con confianza y él la
trata de “usted”.
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